
CONSULTA #2
Ayúdeme doctora Maiatu:
Soy el guardián de una finca urbana (bueno, el portero de siempre) y lo que me ha pasado recientemente es para aparecer en "El Caso". ¡Que me han tirado la puerta de mi casa abajo unos indeseables del quinto! Ni en "Aquí no hay quien viva", vamos. Y eso que yo podría contar cada historia de esta nuestra comunidad... como que los inquilinos se hacen mayores y algunos ya pasadísimos de cabeza y talante. La del octavo, todos los días se va a la compra, vuelve y me deja el carrito lleno de víveres "aparcado" delante de mi garita en el portal. Y hala, todos los días arrastrando el dichoso carrito hasta el ascensor y subiéndolo. Y eso, cuando el ascensor, que también data del año del colerón, no se estropea. Entonces, o subo el carrito los ocho pisos a pie, que lo hice una vez y juré por mis muertos que nunca más; o me dedico a esperar a que la señora vuelva a salir de su piso, que a veces se tarda varias horas. Y ella, tan fresca, sin acordarse para nada de sus compras. Lo más que me dice es: "¡Braulio, hoy mismo he comprado yo también merluza fresca, como la que me trae en ese carrito!" Para merluza la que arrastra ella en su cabeza, digo yo. Que hay veces en que se me contagia y no sé si voy o vengo. Menos mal que tampoco calcula en cuestiones de dinero y en las últimas Navidades... ¡me largo una propinazaaa! 600 euros del ala me cayeron, y a ella le parecía poco. En fin, que con golpes así uno sigue aguantando.
Luego están los impresentables del sexto. Éstos tuvieron unos hijos impresentables, qué menos,y ahora tienen nietos. ¡Y qué nietos! Están al acecho con botellas de agua llenas para que, cuando un servidor salga al patio, le caiga un buen chaparrón. Ya he protestado varias veces y nada, siguen soltando a las fieras. ¡Qué cruz, qué cruz!
Pero lo que ha colmado el vaso, y ha hecho que me replanteara cambiar de profesión, ha sido lo de este fin de semana. El quinqui del quinto es hijo de los dueños del piso y, aprovechando que sus padres estaban fuera, se fue de juerga con su novia, una guarra de mucho cuidado, sólo hay que verle las piernonas gordas enfundadas en una mini mini que se pone. Y no es que yo sea mirón, pero con esas pintas la ve cualquiera a dos kilómetros de distancia, no hay forma de evitarlo. El chaval viste bien, en cambio, se nota la pasta de los papis, pero de la azotea casi está peor que la del octavo. (Aquí entre nosotros, yo creo que se mete algo, porque ya me dirá usted si no). Espere, espere, que le cuento.
Eran las tres de la madrugada y yo, con mi parienta, dormía el sueño de los justos. Los fines de semana son algo más calmados y aprovecho para reponerme de la convivencia diaria con ésta nuestra comunidad. Y de repente, ¡boom! un zambombazo espantoso que hace que aterrice en el suelo desde la cama. Mi parienta, que se despierta también, y ni corta ni perezosa, me anima a que sea yo quien dé el do de pecho y me lance por el pasillo adelante. "¡Braulio, que tú eres el hombre!" El hombre, el hombre,... cago en... Pues que cojo aliento, y un bastón grueso que tengo para ir de pascuas a ramos al monte, trago aire, y me decido. Entro en el salón como una tromba, porque malos tragos, pasarlos pronto, y ¿qué me encuentro? Al vecinito del quinto, uno ochenta de estatura y cero gramos de cerebro, un armario de chaval todo colocado y tambaleándose, mientras su supermoza le sujeta de un lado y él, al verme, gime: "¿Dónde están las llaves?", que sólo le faltó añadir "matarile, rile, rile". Me fijo y a través del salón veo que, que... ( me atraganto) ¡que se ha cargado la puerta, que la ha arrancado de las bisagras y ha entrado cual Obelix! Lo siguiente que pasó fue que el chaval se agacha y echa una pota monumental en medio de la sala. Y después, el diluvio, que se desmaya. Ahí fue la de Troya. Gritos, carreras, llamadas a sus padres a ver qué hacíamos. Total, que una semana después el suceso sigue siendo la comidilla de los vecinos, yo sigo sin puerta, pero por lo menos los del quinto me han pagado una indemnización para que no denuncie a la policía. Parece ser que el chico se fue de juerga y se olvidó las llaves para entrar en el piso. Alucinando como estaba, recordó que yo guardo copia de las llaves de todas las viviendas en mi casa, y decidió coger la suya, sin importarle las puertas ni barreras que encontrase en su camino.
El caso es, doctora Maiatu, que yo ahora me encuentro muy deprimido, como con resaca. ¿Esto es normal? ¿Qué hago, dejo el trabajo? Porque lo que me ha pasado me ha dejado secuelas, que me despierto en medio de la noche con pesadillas y temblores, soñando que alguien ha vuelto a entrar en mi casa. (Ahora, que todavía estamos sin puerta, lo tienen chupadísimo). ¿Qué hago, qué hago? Ayúdeme, por Dios.
Braulio Z. (Cabañaquinta) (*)
DOCTORA MAIATU:
Pues algo parecido al chantaje, Braulio, hijo, si lo tienes a huevo, vamos. Que conste que yo no he hablado de extorsión, sólo lo digo para aclarar conceptos, no vaya a ser que me cierren el consultorio. De lo que hablo es de un acuerdo amigable con los del quinto, que tú mismo reconoces que están forrados. Coméntales como quien no quiere la cosa que podrías sacar algún dinerillo contando esto en uno de esos programas tipo "Diario de Ledizia", y que no vas bien de fondos este mes, y recuérdales lo de tus secuelas, que eso hasta podría ser denunciable, y saldría su hijo en la prensa, y bla bla bla. En un minuto seguro que se ofrecen amablemente a darte la ayudita mensual que necesitas para superar temores y pesadillas. Y hala, a vivir que son dos días. Cuídate, amigo, y que te mejores.
(*) Estos casos son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia... o debería serlo.